“Soy un gran creyente en el karma”, decía Jon Rahm apenas se consagraba campeón del US Open en Torrey Pines. “Después de lo que pasó hace dos semanas me sentía, a pesar de todo, muy positivo sabiendo que seguramente cosas grandes iban a venir”. Se refería, con su hijo recién nacido en brazos, a su abandono obligatorio por Covid positivo cuando, al cabo de tres vueltas, lideraba por seis golpes el Memorial Tournament.
Un muy especial primer día del padre para Rahm. Como bonus por haber ganado su primer Major, Rahm es el número 1 del Ranking Mundial. También, con esta victoria, se convierte en el primer español en ganar el US Open. Ni Severiano Ballesteros, ni José María Olazabal, ni Sergio García, todos compatriotas y ganadores de Majors, llegaron al triunfo en el abierto estadounidense. “Es increíble que haya terminado en la manera en que lo hice. Haber embocado otra vez en hoyo 18 es indescriptible”, terminaba diciendo emocionado Jon Rahm.
Torrey Pines confirma por segunda vez que es un extraordinario marco para un Major. Una cancha muy exigente, en medio de un paisaje que quita el aliento, con ese marco fantástico del Océano Pacífico y los ásperos acantilados. Pero el trazado sur de Torrey Pines es sobre todo una cancha justa, el atributo de oro de un buen diseño. Fallar cuesta golpes, fallar mal cuesta muchos golpes, y subestimarla es un grosero error, sino pregúntenle a De Chambeau por su cuádruple bogey en el hoyo 17.
Es cierto que, para potenciar el espectáculo y la emoción, el azar quiso que un grupo de los mejores jugadores del mundo se amontonaran en la cima para hacer muy especial el último día. También ayudó mucho que durante la primera mitad de la ronda todos ellos mantuvieran intactas sus chances de ganar. Hace tiempo que eso no se ve en un campeonato grande. Cosa rara en estos tiempos en los que hay tantos jugadores con condiciones para ganar Majors, algo que nunca pasó en la historia del golf.
Sin embargo hay algo que no cambia y es inherente a este gran deporte. Para ganar hay que embocar los putts obligatorios. Obviamente, para tener esa chance, la bola tiene que estar en el green en los tiros reglamentarios. Pero asumiendo que todos estos jugadores pueden hacerlo, al final del día, como bien lo demostraron Jack Nicklaus y Tiger Woods tantas veces, 33 para ser exactos, los putts como los que embocó Rahm en los hoyos 17 y 18 son los que conducen a la gloria en los grandes torneos. Por eso este joven de carácter fuerte y con cara de bonachón es un gran campeón. Tuvo paciencia y, cuando ya no había margen, puso toda la carne al asador y tuvo su premio. “Siempre se dijo que en los Majors tienes que ser paciente y esperar a que los otros cometan los errores” Continuaba diciendo Rahm. “Y eso no estaba pasando”, concluía. Pero finalmente pasó, y muy rápido.
Koepka hizo dos bogeys en los últimos tres hoyos. Morikawa, el mejor pegador de pelota del tour, la agarró limpia en el 13 y se llevó un doblebogey. McIlroy falló un putt corto para par en el 11 y después hizo doblebogey en el 12. Oosthuizen hizo birdie en el 10, pero enseguida bogey en el 11. DeChambeau hizo bogey, bogey, doblebogey entre los hoyos 11 y el 13. Los grandes nombres estaban sucumbiendo.
Después de una de las más salvajes horas en campeonatos mayores, solo dos jugadores, Rahm y Oosthuizen, permanecían firmes. Lo que siguió es historia y Rahm levantó merecidamente el gran trofeo del campeón con la medalla pesada colgada de su cuello ancho.
Louis Oosthuizen vuelve a quedarse corto en un Major. Él también hubiera sido un gran campeón, sin duda. La suerte y algún otro misterioso hechizo no quisieron que así fuera. Duele mucho llegar tan lejos y quedar corto por un golpe. La mente recorre cada uno de los hoyos y es una cruel registradora de los golpes que quedaron aquí y allá. Oosthuizen sabe lo difícil que es estar en posición de ganar un Major. Ya lo decía Matt Kuchar en 2017, cuando Jordan Spieth le arrebató aquel inolvidable Open en Royal Birkdale, cuando ya lo estaba saboreando.
Decía Oosthuizen al terminar: “Si pudiera pegar nuevamente el drive del hoyo 17, elegiría otra vez esa línea. Yo sabía que si pretendía ganar tenía que hacer birdies en el 17 y en el 18. La única manera de darme chances de birdie en ese par 4 era ir por la izquierda”. El sudafricano mantiene, como su único triunfo mayor, aquel memorable Open en St Andrews en 2010. Una notable exhibición que lo coronó con una ventaja de 6 golpes. Este año, con dos ganadores distintos, termina segundo en dos Majors consecutivos.
Un capítulo aparte habría que escribir sobre Rory McIlroy. Hay un pacto implícito entre los ídolos y sus fans. “Yo te daré toda mi admiración y devoción. Comprare tus palos y tu ropa. Serás mi ejemplo y trataré de imitarte. Gritaré y lloraré por vos. Tus penas serán las mías y tus victorias me harán tan feliz como si fueran las mías propias” Dice el fan. “Yo, tu ídolo, prometo hacer todo lo que esté a mi alcance para que seguirme y apoyarme incondicionalmente tenga muchas más alegrías y satisfacciones que amarguras y decepciones”, promete el ídolo a su vez.
Hay ídolos que cumplen y hay ídolos que están en deuda. Rory está claramente en deuda. McIlroy irrumpió en el escenario del golf mundial como la futura estrella. Era el ungido para suceder Tiger Woods, de la misma manera que Woods fue designado para suceder a Nicklaus. Ellos serían los tres herederos en la era moderna de esa raza de imbatibles como fueron Bobby Jones y Ben Hogan. McIlroy dio todas las señales necesarias para reclutar una enorme cantidad de fanáticos incondicionales que creyeron en él. La gran diferencia es que tanto Nicklaus como Woods dejaron muy satisfechos a sus seguidores. Sus fanáticos hicieron un gran negocio, recibieron mucho más de lo que esperaban por el trato que hicieron. Ambos fueron, con sus particulares estilos, ídolos hechos y derechos. Pero es muy ingrato ser un fan de Rory. Se sufre demasiado y a veces da ganas de no verlo. Es más, en vez de verlo jugar y disfrutar de su talento, uno juega con él y lamenta como propios sus errores. No está bueno.
Pareciera que Rory no puede volver a ser ese adolescente irreverente que podía asumir un error, para levantarse luego y hacer tres birdies seguidos. Es como si siempre estuviera preocupado por las consecuencias de un eventual mal tiro y ese pensamiento fuera un imán para las desgracias. Pareciera estar inseguro y en lugar de hacer producir sus talentos, que fueron tantos, los hubiera enterrado por temor a perderlos, como hizo, en la parábola del evangelio, aquel que recibió uno solo. Con apenas 32 años, le queda mucho tiempo por delante a la carrera de Rory McIlroy. Ojalá despierte de este letargo antes de que sea tarde y le pidan que rinda cuentas.
Otro que merece un capítulo, o quizá un libro, es Bryson DeChambeau. En la vuelta final, jugando el par 3 del hoyo 8 pegó un tiro extraordinario que casi fue “hoyo en uno” para quedar a dos centímetros. Ese birdie lo convirtió en el líder solitario del torneo. Luego hizo par en el 9 y par en el 10. Parado en el tee del hoyo 11, estaba a solo ocho hoyos de defender con éxito el US Open.
¿Qué pasó Bryson? “Así es el golf”, respondió. Una patinada, una pelota al lado de una caja de Stella Artois, dos bogeys, un doblebogey y después… un cuádruple bogey. DeChambeau hizo ocho sobre par en sus últimos ocho hoyos. Hasta el hoyo 11 no había hecho un solo bogey desde el hoyo 12 del viernes. ”La gente va a hablar mucho, ya lo sé. Lo cierto es que no le pegué tan mal, las cosas no salieron, es solo eso. He jugado peor que esto y terminé ganando”, concluía.
Si lo vemos como el actor de un espectáculo, DeChambeau cumple su rol a la perfección. Siempre tiene que haber un excéntrico en un buen show. Pero si nos olvidáramos por un rato de que el golf profesional al más alto nivel es, en buena medida un gigantesco show mediático, y lo analizamos estrictamente como un deporte, diríamos que DeChambeau es ese piloto que siempre va a fondo en las carreras, o el tenista que le pega a todas las pelotas. Es el primero en acelerar y el último en frenar antes de la curva. Si realmente fuera un piloto de carreras, no es difícil inferir la analogía que hubiera correspondido a un cuádruple bogey en el hoyo 17 de un Major con chances de ganarlo. Es así como pasó, casi sin escalas, de ser el puntero del campeonato a quedar empatado en el puesto 26. En términos de dinero, ese derrumbe representó algo más de dos millones de dólares, 2.162.059 para ser precisos. Mucho se habla también de su distancia, pero hay que entender que DeChambeau está forzando al 110% su swing para lograrla. La mayoría de los pegadores largos del Tour apenas llegan al 85 ó 90 % para alcanzarlas. Cuando los planetas se ponen en línea Bryson tiene buenas chances, como ocurrió el año pasado en Winged Foot, cuando ganó el US Open. Pero una mínima desviación deriva habitualmente en una catástrofe.
Brooks Koepka amenazó seriamente en un momento de la ronda. También lo hizo en el PGA Championship en Kiawah, pero volvió a perder la magia y se quedó otra vez corto. En la entrevista final no parecía muy mortificado por el resultado. Como si estuviera seguro de que en el futuro vendrían muchas más oportunidades. “Estoy muy contento con mi juego. Pegué muy bien el drive y en general hice una muy buena ronda, es solo que esta vez las cosas no se dieron”, concluía.
Ya han pasado tres Majors este año. Por fin un japonés se lleva un Major, Matsuyama gana el Masters. Phil Mickelson nos hizo llorar en Kiawah y gana el PGA Championship. Por fin un español gana el US Open, el enorme Jon Rahm gana en Torrey Pines. Viene bastante bien esta temporada. ¿Qué nos deparará, en Royal St George´s, la postergada edición 149 del British Open que debió jugarse en 2020, y que se jugará este año? Las expectativas son muy altas después de estos tres primeros espectaculares Majors. Solo faltan tres semanas para descubrirlo. ¡Hasta entonces!
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